miércoles, 7 de mayo de 2014

CRÓNICA DEL CAMINO DE SANTIAGO (Etapa 1)

Iniciábamos nuestra andadura ante la puerta del Castillo Templario de Ponferrada. Más de 220 kilómetros nos esperaban hasta llegar a la Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela. Una mañana esplendida nos animaba a comenzar el camino, los nervios iniciales se iban dejando atrás a medida que avanzábamos por los caminos de la denominada Hoya del Bierzo. Tierra de viñedos, de donde se extraen los caldos de la Denominación de Origen “Bierzo”. Un segundo desayuno reconstituyente en la capital de esta comarca vinícola, Villafranca del Bierzo, nos aportaría la fuerza necesaria para afrontar el mayor reto de esta etapa: la subida a O Cebreiro. Llameábamos varios kilómetros por el arcén de la N VI, que serpentea a lo largo del cauce del río Valcarce, ofreciéndonos un bello paisaje que animaba a hacer un alto en el camino. Esta pausa la hacíamos al comienzo de la ascensión a O Cebreiro, en la localidad de Ambasmestas, tiempo para hidratarnos con zumo de cebada y deliciosos manjares de la tierra. Comenzábamos la subida a O Cebreiro con un sol de justicia, que nos tostaría el costado izquierdo durante la ascensión. Más de 8 kilómetros de subida que dejaría al grupo totalmente dividido y a merced de las fuerzas de cada uno. En plena ascensión, y a falta de algo menos de 3 kilómetros, un oasis en plenos Montes de Galicia en la pequeña población de Laguna de Castilla (una calle, tres casas y un “tinao”). Parada obligada, cervecita y reagrupamiento para afrontar con garantías los últimos kilómetros de ascensión. La fémina del grupo (en duro sprint), sería la primera en plantarse a las puertas de O Cebreriro (la ocasión merecía varias fotos). Durante el último kilómetro habíamos abandonado la provincia de león para adentrarnos en Tierras Gallegas. Bajada rapidita por carretera; pérdida en el camino; y “Oooppssss Sorpresa”: nueva subida, el Puerto del Poio. Encima a alguien del grupo se le ocurrió subir por el camino en lugar de ir por la carretera.
Al final resultaría igual de duro ir por un sitio o por otro, a tenor de las muestras de fatiga que traían algunos biciperegrinos que habían optado por la otra alternativa. Ahora sí, podíamos decir que la mayor parte del camino era en bajada. Con una parada para comer en la parroquia de Hospital, que repondría nuestras fuerzas plenamente (y que sorprendido por la rapidez del servicio y la bronca de la dueña a alguno que no quiso comerselo todo), llegábamos a Triacastela, final de la primera etapa, a través de un precioso bosque de robles y hayas, que avanzaba lo que sería la etapa del día siguiente.